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das Mystische 2.1

Nocturno de otoño

Nocturno de otoño Gerhard Richter, 66 Drawing (signed).

Opinan los teóricos del ciber, del entorno telemático, que la regla de oro del telepolita racional para las próximas décadas del siglo XXI, la actitud más equilibrada, se puede resumir en una perfecta distribución de las horas, minutos y segundos, que asigne a cada uno de los entornos (naturaleza, ciudad, y telépolis) un tercio aproximado de nuestro tiempo. De esta manera, podremos disfrutar de las ventajas propias de todo cambio que se precie, de toda movilidad permanente, y aprenderemos sin duda de los matices diversos y de los gestos cotidianos de las cosas, de los espacios luminosos y los espacios oscuros, de ese ir y venir casi olvidado donde se acaban mezclando la altura inalcanzable de los edificios, el sabor de la tierra y el infinito de las pantallas. En mi caso, sin embargo, en este mapa urbano de materia transformada, en este páramo, dado que los entornos naturales brillan por su ausencia, todo se reduce a dividir entre dos la esencia misma de la vida; si bien el entorno telemático tiene sus riesgos (nadie lo duda), no son para nada comparables a los que se viven, a diario y en directo, en el entorno urbano. La ciudad, con la llegada del otoño, ha perdido ya su temple de espejismo sagrado, su rostro veraniego de carne transpirada; y una masa humana de corredores de fondo (la bestia) gira alrededor del tesoro escondido: los santos inocentes, obreros especializados, perforan a conciencia las entrañas. Las entrañas de la propia ciudad, se entiende; porque las entrañas de la masa humana se perforan minuciosamente (hoy por ti, mañana por mí, y hasta que la muerte nos separe) en un trabajo colectivo de supervivencia.

¿Hacemos bien, visto lo visto, en abandonar el calor virtual del ciberespacio? En El cuento de la noche 672, Hoffmansthal cuenta la historia de un Príncipe que, un día, decide abandonar el cómodo ambiente esteticista en el que vive, con el fin de ver el mundo real, el exterior, y una vez allí muere de una coz asesina que le propina una bestia. El mundo de verdad es una realidad extraña que acaba con su mundo preciosista. ¿No nos ocurrirá a nosotros lo mismo?

Al final de la jornada, de esta misma jornada, a uno le queda al menos el consuelo de encontrarse con los objetos que ama, con ese espacio propio que es a la vez la caverna de Platón, el dispensario de Urgencias y la tumba del Soldado Desconocido. Aunque sea en voz baja, casi en silencio, toda vez que la batalla ha terminado y se ha cerrado el recuento de las bajas, podemos repetir entre sonrisas aquello de ¡confieso que he vivido! A mi lado, un objeto me recuerda quién soy y cuál es sin duda mi historia; a diferencia de los objetos del tercer entorno, del entorno telemático (mucho más efímeros, más modificables, debido a esa inestabilidad estructural tan propia de telépolis), las cosas que me rodean guardan en sí mismas una carga de tiempo que las vuelve imprescindibles. El Diccionario Ideólogico de la Lengua, de Julio Casares, por ejemplo, me recuerda todo lo que pudo haber sido y no alcancé quizá por pereza, por incapacidad o por miedo. Y algo más allá, entre una nube de polvo, un viejo libro de poemas me hace saber que todo estaba previsto de antemano, predestinado, y que Irene, cuando lo puso en mis manos, hace más de veinticinco años, me estaba hablando ya en un lenguaje secreto.

Cuando al final de la jornada me asomo a la habitación de mis hijos, al parque silencioso de sus sueños, observo con cuidado la frescura invisible de su aliento. El libro de poemas que me regaló Irene es Palabras para Julia, de José Agustín Goytisolo, y, más tarde, si regreso vencido al sillón de los vencidos, vuelvo a leer ese poema que a duras penas permanece entre nosotros:

Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos

Manolo Vázquez Montalbán contaba que, José Agustín, en público, recitaba sus poemas de perfil, siempre de perfil, para ofrecer menos carnaza a la bestia. Yo, en cambio, prefiero arrojarme de frente hacia ella, pensando sólo en mis hijos; afortunadamente vivo acompañado, cautivo de los míos. Que la bestia quede satisfecha es lo único que pido. Que desaparezca ahora vencida por la noche.

5 comentarios

pini -

si es puntual, a mediados de febrero.
si sale atolondrado como la madre, seguro que no tiene fecha, cualquiera le vendrá bien.

Enrique -

Señores, que me abruman con sus halagos...

La vuelta al trabajo es muy dura. La Glorieta de Embajadores (actualmente en obras) es un hervidero humano de personas a pie buscando un espacio mínimo para circular y de vehículos amontonados sin posibilidad de circulación alguna. En casa, cuando todo es silencio, llega el descanso. Y el disfrute de los objetos amados; en forma de libros, principalmente. Los otros "objetos", los pequeños humanos, también ayudan. Por cierto, pini, ¿para cuando celebramos el nacimiento? Un abrazo a todos.

pini -

coreo con otis, pero en lugar de envidia, lo mio es admiración, a veces silenciosa pero presente.
de secretaria que asiste con paso discreto y descalza para que no moleste el taconeo.
(mientras miro cómo crece "el perla negra" desde adentro, sacándome hasta las palabras.
ya me estoy acostumbrando a vivir emocionada y llorona.)

Otis B. Driftwood -

La bestia... la bestia no tiene ojos, tiene millones de pares de ojos. No tiene piernas, sino que se multiplican como las de una escolopendra (no sé quién le puso ese nombre al bichejo, pero dio en el clavo por lo que es capaz de evocar). La bestia ruge en silencio y calla estruendosamente. La bestia te mira sin mirarte, te insulta sin hablarte y pasa por encima de ti como ese trailer que pasa sobre un bache en la autopista a cien por hora y las ruedas apenas son capaces de notarlo. La telépolis humaniza a la bestia, en realidad, aunque parezca a priori lo contrario. Dado que es más difícil seguir a una masa que físicamente no es visible, la red nos hace ser mucho más conscientes de nuestra individualidad, lo que en cierto modo, desdibuja a la ya desdibujada bestia. Pero como bien dices, los tiempos hay que distribuirlos y en algún momento hemos de enfrentarnos con ella, o al menos de saber dónde inyectarle la droga para que siga durmiendo algunas horas más. Y con todo, a veces despierta enseguida.

No podemos librarnos de la bestia si se dirige hacia nosotros, pero podemos proteger a los que queremos de sus garras, ofreciéndonos como rehenes. Por eso es para el ser humano tan importante crearse esos "objetos de su afecto", esos seres a los que servir de escudo, porque de lo contrario, a nuestra propia indefensión ante sus ataques se añade la insoportable certeza de que nuestra defensa es realmente en vano.

Te envidio mucho, Enrique, que lo sepas ;-)

itn -

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